La historia completa detrás de una noche única en Mulagljúfur Canyon El abismo y yo: cuando el paisaje te coloca en tu sitio Mulagljúfur Canyon, Islandia Hay paisajes que no necesitan palabras. Hay imágenes que no necesitan explicación. Pero esta vez voy a hacerlo. Porque detrás de esta foto hay una historia, una obsesión, una caminata, un reto técnico… y, sobre todo, una emoción que no quiero que se pierda entre los píxeles. Esperando el momento, desde el coche Esa tarde conducíamos hacia el sur de Islandia con un destino claro en mente: Mulagljúfur Canyon. No es un lugar turístico. No está en la mayoría de las guías. Pero yo lo había visto en mapas, en fotos poco conocidas, en foros escondidos. Y algo en mí supo que tenía que ir. Que ese lugar iba a significar algo. Llegamos ya entrada la noche, si es que a esa hora se le puede llamar noche en Islandia. El cielo era una mezcla de gris y oro, y la luz no se iba del todo. El sol de medianoche daba a la atmósfera una textura irreal, como si el tiempo estuviera en pausa. Llovía. Nada fuerte, pero constante. Y el cielo tenía esa amenaza blanda de los días que no sabes si van a explotar o a perdonarte. Así que hicimos lo que había que hacer: nos quedamos en el coche, comimos lo que habíamos comprado en el Bónus esa misma tarde, y esperamos. Sin prisas. Sin presión. Mirando el paisaje empañado desde los cristales, como si estuviéramos viendo una película. Hasta que la lluvia paró un poco. No del todo, pero lo suficiente como para lanzarnos a la aventura. Nos miramos, cogimos el equipo, y empezamos a caminar. Una caminata entre niebla y eternidad El camino no es largo, pero se siente fuera del tiempo. El sendero va bordeando las laderas, con un verde denso que parece pintado. A lo lejos, el glaciar Vatnajökull vigila desde su trono de hielo. La vista durante toda la subida era algo que no puedo traducir en palabras. Hay que vivirlo para entenderlo. Solo nos cruzamos con dos personas. Y a partir de cierto punto, estábamos completamente solos. En silencio. Con la luz acariciando las piedras, la humedad en la piel y el sonido de algún riachuelo perdido entre el musgo. El cielo seguía cambiante. A ratos se cerraba de niebla, a ratos se abría con una luz dorada imposible para ser la 1:30 de la madrugada. Todo era contradictorio y perfecto a la vez. La escena que vivía en mi cabeza desde días atrás Yo ya había visto esta imagen antes de llegar. No la real, sino la que vivía en mi cabeza. Imaginaba una curva de roca abrazando una cascada. Imaginaba un personaje diminuto en un extremo. Imaginaba la luz lateral, rasante, como si pintara el cañón con oro líquido. Eso era lo que buscaba. No una foto bonita, sino una escena con narrativa. Una imagen que hablara de escala, vértigo, emoción y respeto. Cuando llegamos al lugar exacto, la escena estaba ahí. Real. Viva. Mejor que como la había imaginado. El proceso técnico: precisión al servicio de la emoción Para capturar todo lo que tenía delante, disparé una panorámica compuesta por 12 fotografías verticales. Quería recoger desde las texturas del primer plano hasta el fondo, sin perder ni un detalle de la atmósfera ni la estructura del paisaje. Parámetros técnicos: Cámara: Sony A7III Objetivo: Sigma 16-28 mm f/2.8 Ajustes: f/4 – 1/60 – ISO 1600 Trípode: Rollei Allrounder Hora: 01:30 de la madrugada Montaje de la panorámica: con Hugin, para mantener la calidad absoluta sin deformar geometrías Peso del archivo final: más de 10 GB Una herramienta clave para capturar momentos en los paisajes extremos de Islandia. Decidí usar ISO 1600 porque la luz, aunque constante, era tenue. Preferí tener margen para la nitidez antes que perder atmósfera por bajar la sensibilidad. Disparé con cuidado absoluto, revisando cada encuadre, sabiendo que la magia no iba a durar demasiado. Un detalle clave: la figura humana que aparece en la imagen fue añadida en postproducción. No estaba ahí. Pero yo la había imaginado desde mucho antes. Sabía que era esencial para dar sentido a la escala. Esa silueta, sola frente al abismo, representa algo más que una persona. Representa a cualquiera de nosotros sintiéndose diminuto frente al mundo. La edición: cuando todo se alinea La postproducción fue larga, pero hermosa. Después de montar la panorámica con Hugin, trabajé en Photoshop el equilibrio de luces y sombras. Usé Nik Collection, especialmente Color Efex, para darle cuerpo y atmósfera a las zonas centrales. Luego entré en la fase más delicada: el tratamiento de la luz lateral. Con los paneles de Tony Kuyper, fui moldeando la dirección de la luz, amplificando el efecto rasante sin que pareciera artificial. Quería que la escena brillara, pero desde la emoción, no desde el exceso. Buscaba que se sintiera como un sueño lúcido: real, pero mágico. Quería que al mirar la imagen, alguien pudiera imaginarse allí. Sentir el viento leve, la humedad del musgo, el silencio… y el vértigo. La figura que no estaba… pero siempre estuvo Cuando compongo una imagen como esta, no busco solo equilibrio visual. Busco decir algo sin explicarlo. En este caso, la figura humana no estuvo físicamente en el cañón cuando hice la panorámica, pero había estado ahí desde mucho antes. En mi mente, en mis bocetos mentales, en mi visión del encuadre. En fotografía de arquitectura o de paisaje, la escala no es un elemento menor: es la clave emocional. La diferencia entre una imagen documental y una imagen poética muchas veces está en la relación entre el lugar y quien lo habita. Al incluir a esa figura en postproducción —mínima, solitaria, casi imperceptible— no estoy “alterando la realidad”. Estoy dando presencia visual a una emoción real: lo que yo sentí al estar allí. Pequeño. Fascinado. Expulsado del centro para dejar que el paisaje hablara. ¿Cuándo sé que una imagen merece ver la luz? Mi flujo de trabajo no acaba con la edición. Terminar una imagen no es solo exportarla en TIFF o publicarla en Instagram. Hay una fase más íntima, más lenta y más silenciosa: decidir si esa imagen forma parte de lo que quiero decir como fotógrafo. Tengo muchas fotografías que nunca han visto la luz. Algunas técnicamente impecables, otras con una escena potente… pero si no me remueven algo, si no se alinean con lo que soy, no salen. Se quedan ahí, en carpetas dormidas, esperando quizá otro momento. Esta imagen, en cambio, me habló desde el principio. Y no solo por lo que muestra, sino por lo que representa. Lo que representa esta imagen en mi camino No todas las fotos marcan un antes y un después. Pero esta… sí. No porque haya ganado nada. Ni porque sea mi favorita. Sino porque resume muchas cosas que han cambiado en mí como fotógrafo. Durante años perseguí la técnica. Luego busqué la atmósfera. Después, entendí el poder del silencio. Y ahora, estoy en un punto donde todo eso se mezcla, y donde me doy permiso para crear imágenes que sean testimonios, más que pruebas. Esta fotografía me dice que estoy en el camino correcto. Que puedo confiar en mi mirada, en mi paciencia, en mi obsesión por el detalle. Y que, a veces, el mundo se alinea con lo que imaginaste. Y entonces… haces clic. ¿Te has sentido así alguna vez? ¿Has estado alguna vez en un lugar que parecía hecho solo para ti? ¿Has sentido esa mezcla entre vértigo y calma? ¿Has sentido que, aunque no hicieras una sola foto, el momento ya era perfecto? Si algo de todo esto te resuena, cuéntamelo. Puedes dejarlo en los comentarios, escribirme o compartir esta entrada con alguien a quien le pueda emocionar. Porque las imágenes solo viven de verdad cuando alguien más las siente. Gracias por acompañarme hasta aquí. Gracias por mirar con calma. Nos vemos en la luz. —Dani